Cuando acude a la consulta un paciente con una sintomatología
que pueda hacer sospechar de la presencia de un trastorno de origen hepático,
se procede, en primer lugar, a estudiar su historial clínico para comprobar si
sigue algún tipo de tratamiento farmacológico, si presenta antecedentes
familiares de enfermedades hepáticas, etcétera. Además, se someterá al paciente
a una serie de preguntas destinadas a conocer sus hábitos de vida, o las
actividades que desempeña que puedan ser consideradas factores de riesgo para
la adquisición de la enfermedad.
El médico solicitará a continuación una analítica para
comprobar los niveles de transaminasas; la
presencia de niveles elevados de estas proteínas en sangre se debe a su
liberación al exterior por la ruptura de los hepatocitos (células que forman el
hígado) y, por tanto, indica el grado de necrosis hepática. Los mayores niveles
de transaminasas se observan en los casos de hepatitis aguda mientras que, en la
hepatitis crónica, las cifras no son tan altas, pero su concentración fluctúa.
También se analizarán los niveles de bilirrubinasérica,
fosfatasa alcalina y γ-glutamil-transpeptidasa; esto permite conocer el estado
de la función hepática.
Para descartar o confirmar una hepatitis de origen
viral se realizan pruebas que detectan la presencia de anticuerpos específicos para
cada tipo de virus. Con algunas de estas pruebas, además, el médico puede
averiguar la cantidad de virus que hay en el organismo del paciente y en qué
momento desaparecen tras el tratamiento antiviral.
Biopsia hepática y elastometría
Tras el diagnóstico del tipo de hepatitis, se puede
realizar una prueba para determinar el grado de afectación hepática por la
enfermedad. A veces se recurre a la biopsia hepática.
Esta prueba consiste en tomar una muestra del hígado por medio de una pequeña
punción. Esta muestra se analiza al microscopio y nos informa de la evolución
de la enfermedad, lo que ayuda a tomar decisiones respecto al tratamiento.
La biopsia hepática es una prueba que, aunque de
forma infrecuente, puede asociarse a complicaciones graves. Por ello, en los
últimos años se han desarrollado pruebas no invasivas que permiten determinar
el grado de afectación hepática sin tener que tomar biopsias del hígado. La
prueba más útil posiblemente es la elastometría, que se realiza por medio de
una máquina parecida a un ecógrafo y que se llama FibroScan®. Esta prueba mide
la propagación de ondas de sonido por el hígado. Las hepatitis crónicas
producen fibrosis en el hígado que hacen que estas ondas se transmitan más
rápido. Cuanto más rápido vaya la onda más fibrosis tiene el hígado. Cuando
existe un grado importante de fibrosis se considera que el enfermo tiene una cirrosis hepática.
Esta prueba se realiza de forma ambulatoria, no
lleva más de cinco o 10 minutos, no tiene ninguna complicación, y ofrece una
información posiblemente tan fiable como la que pueda dar una biopsia hepática.
Se utiliza principalmente para valorar la necesidad de iniciar el tratamiento
con fármacos antivirales en pacientes con hepatitis C crónica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario