La hepatitis puede
manifestarse de forma aguda o crónica. La forma aguda supone que la patología
comenzará y desaparecerá rápidamente; si, por el contrario, se cronifica, la
enfermedad perdurará en el tiempo, pudiendo desembocar en una insuficiencia
hepática e, incluso, en la aparición de cáncer.
La gravedad dependerá de diversos
factores, entre ellos el agente desencadenante de la patología (causa), o la
presencia de otras enfermedades previas en el paciente.
Los síntomas que pueden
percibirse en los primeros momentos de la enfermedad (primeros 5-7 días tras la
infección) son fácilmente confundibles con los de una gripe o cualquier otra
enfermedad común; se observa:
- Malestar general, cansancio y falta de concentración.
- Febrícula (décimas) o fiebre de hasta 39ºC.
- Dolor muscular y articular.
- Dolor de cabeza.
- Fotofobia (fobia a la luz).
- Síntomas digestivos, falta de apetito, náuseas, vómitos y diarreas.
Tras esa primera semana en la que se
aprecian síntomas poco específicos, comenzarán a aparecer otros que empiezan a
ofrecer pistas sobre el origen de la patología:
- Ictericia, apariencia amarillenta de la piel y las mucosas,
fácilmente apreciable en la esclerótica del ojo. La ictericia ocurre por
un aumento de
bilirrubina en la sangre. En un hígado inflamado se producirá
una alteración en las funciones enzimáticas, entre las cuales está la de
disolver la bilirrubina para permitir su excreción como parte de los jugos
biliares.
- Orina de color oscura y heces decoloradas o teñidas, como
consecuencia de un trastorno en la circulación hepática.
- Mal aliento, sabor amargo en la boca.
- Picor.
- En ocasiones se produce dolor abdominal, en el lado derecho o en el
izquierdo, dependiendo de si este dolor proviene del hígado o del bazo.
- Cirrosis, fibrosis del tejido hepático (depósito de fibras de
colágeno), que tiene como consecuencia una alteración en la morfología del
órgano y en la irrigación sanguínea del mismo.
La inflamación puede desaparecer por
sí sola, pero si, por el contrario, perdura y se cronifica, puede originar un
fallo hepático:
- Agudo o fulminante: caracterizado por la disminución de la
producción de determinadas proteínas (como la albúmina y algunas proteínas
implicadas en la coagulación), y por el desarrollo de encefalopatía
hepática, que implica cambios en los patrones de sueño, confusión,
alteraciones en la motilidad, e incluso coma.
- Crónico: suele darse previa aparición de un cuadro cirrótico.
En algunos casos puede ocurrir que el
paciente se encuentre totalmente asintomático, o que presente síntomas muy
leves que no hagan sospechar de un problema hepático; esto ocurre en numerosas
ocasiones en personas infectadas con el VHA.
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